AMBIENTE Y PANDEMIA: Reflexiones para la post-pandemia

El 2020 será sin dudas un año recordado en la historia. Recordado por las millones de hectáreas quemadas por incendios, por guerras, pandemia, violencia, contagios y más contagios, cuarentenas, crisis económicas, sociales y políticas, xenofobia y protestas, huracanes, tifones, terremotos, inundaciones y sequías, explosiones y demás.

El coronavirus parecía traer buenas noticias para el ambiente; en los primeros meses de la cuarentena CEAMSE reportó una baja del 30% en la disposición de residuos del Área Metropolitana de Buenos Aires. Se consideró a los materiales como reservorio de agentes patógenos y se priorizó su eliminación para evitar la manipulación. El uso de herramientas digitales aumentó significativamente durante ese año: pagos, documentos y trámites varios se canalizaron por las pantallas y cobraron vida las papeleras virtuales. Las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera se redujeron, las aguas se tornaron más cristalinas, el aire parecía más puro, incluso los animales y la vegetación fueron conquistando el terreno al punto tal de empezar a ocupar las ciudades. 

 Lamentablemente, esto apenas fue un respiro entre tanta asfixia.

Esto sucedió porque las actividades humanas se vieron forzadas a detenerse gracias a la pandemia que azotó al planeta. También se incrementaron los desechos plásticos, desde mascarillas hasta insumos sanitarios y demás plásticos de un solo uso que solo han generado un retroceso en la lucha por la desplastificación del planeta, por no mencionar las graves consecuencias que esto traerá a la fauna terrestre y marina. 

“Esta crisis de salud debe ser una llamada de atención”, señala en un comunicado el Fondo Mundial para la Naturaleza, WWF. Y así debe ser, esta crisis de salud tiene que ser el motor de cambio en las sociedades para generar una mayor conciencia en torno al lugar en el que vivimos, hacía un mayor cuidado del planeta.

Ambiente, biodiversidad y zoonosis –

Entre la propagación de las pandemias y la pérdida de la naturaleza hay un vínculo muy estrecho. 

En lo que va del siglo XXI la enfermedad correspondiente al Covid – 19 no es la primera pandemia de origen zoonótico: SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo, 2002-2003), la Gripe Aviar (H5N1, 2005, con sus variantes hasta la H7N9 en 2016-2017), la Gripe Porcina (H1N1, 2009) y ahora la COVID-19.  También hace unos días se viralizó la noticia de que China confirmó la aparición de un contagio humano del virus H10N3, una nueva cepa de la vieja gripe aviar que a pesar de estar confirmado que no tiene -por lo menos en un corto plazo- efecto pandémico, es de esta manera cómo se generan las pandemias, muchas de ellas relacionadas con los modelos productivos, la globalización de los mercados y el aumento en la circulación de la población. 

Este tipo de enfermedades infecciosas se ven favorecidas por el cambio climático y la destrucción de la biodiversidad, es decir, aparecerán en tanto y en cuanto las condiciones ambientales propicien la proliferación. 

 El ambiente es el lugar donde se da la interacción entre el agente causante de la enfermedad (virus, bacterias) y el huésped (donde se reproduce el agente) en este caso un animal, de hecho tenemos varios ejemplos en la historia; primates, mosquitos, murcielagos, roedores, entre otros. 

 La cría industrial y masiva de animales (pollos, pavos, cerdos y vacas) junto con la destrucción de los hábitats de las especies silvestres para la expansión del agronegocio, lo que genera una mayor presión de especies invasoras en los ecosistemas, emprendimientos inmobiliarios y la comercialización de fauna exótica es lo que favorece la mutación acelerada de las bacterias y la generación de resistencia a los antibióticos.

Se discute de cual, pero lo que si sabemos es que esta pandemia vino de un animal no humano. Este virus se encontraba en él, y en condiciones normales a este le provocaba una determinada enfermedad que al ser humano no le hacía absolutamente nada. En el mejor escenario ese animal sería depredado por otro propio de ese ecosistema y ese virus jamás llegaría a tener contacto con nuestra especie. Por alguna razón -entre las mencionadas antes- ese virus mutó y comenzó a afectar a los seres humanos. 

Esos virus que normalmente no llegarían a los humanos por causas naturales, gracias a tener los ambientes degradados es que comienzan a afectarnos. Es decir, mientras más forzamos la interacción entre los animales salvajes y nuestra especie, más riesgo corremos de contraer estas enfermedades pandémicas.  

Es importante que esos ciclos virales y bacterianos se mantengan cerrados, ya que de abrirlos nos encontraremos con las consecuencias que hoy en día estamos sufriendo. 

Un estudio publicado en 2010 en la revista Nature encontró que las poblaciones de animales que albergan enfermedades zoonóticas (riesgosas para los seres humanos) eran más grandes en ambientes degradados. 

 El Gran Chaco es una de las regiones boscosas más amenazadas del planeta: se encuentra entre los 11 sitios con mayor deforestación del mundo y niveles más altos de degradación.

Según un estudio realizado entre Fundación Vida Silvestre y el INTA, si la deforestación continúa avanzando a las tasas registradas entre 2007 y 2014, para 2028 se perderán 4 millones de hectáreas de ecosistemas naturales en el Gran Chaco: 200 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires.

Mantener los ecosistemas sanos y en pleno funcionamiento es un deber que tenemos cómo sociedad, porque la salud es una sola y sí los ecosistemas están sanos, nosotros también lo estaremos.

Conclusiones finales

Plantarse frente al cambio climático parece ser la única alternativa. Se estima que las medidas que van a adoptar los gobiernos y los sectores privados para superar la crisis económica van a complicar aún más la crisis climática comparándola con los niveles pre pandemia, aumentando las emisiones de los gases contaminantes con el objetivo de conseguir la recuperación financiera. 

Quizás el mayor dilema es volver al pasado o construir el futuro. 

Claro está que este año atravesado por la pandemia cuestionó modos de vida y estructuras socioeconómicas tradicionales. Es importante que las políticas que implementen los gobiernos de todo el mundo para estimular la economía post pandemia, sean en torno al desarrollo sostenible pensando en satisfacer las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras.

 Pero esto no sucederá por sí solo, ni por obra y arte de nuestros representantes. Se necesitará del esfuerzo colectivo, depende de nosotros hacernos escuchar para poder decidir las condiciones para generar un plan de recuperación que tenga en cuenta la variable ambiental en la formulación de políticas sociales y económicas. Las mismas tienen que girar en torno a los ciudadanos del mundo y su bienestar, por su salud y por la del ambiente, y no por la de los grandes intereses económicos, ni la de los modelos productivos extractivistas y predatorios, ni por la de las industrias contaminantes.

La transición ecológica es ahora. Necesitamos sociedades sostenibles, equitativas, asequibles e integradas a la naturaleza. Es hora de masificar la economía circular, de la creación de empleos verdes, de la transición energética, de dignificar la educación ambiental y el reciclaje, pero sobre todo: de actuar.

Evitar futuras pandemias, depende de lo que hagamos ahora.

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